Por Leire Agüero
Mis ojos van cerrándose a pasitos. Los párpados pesan tanto, que se rinden ante ellos.
No sé cuándo, pero de repente, me encuentro sumida en un profundo sueño. Un sueño que me lleva a ti.
Abro los ojos y ahí estás
Tu enorme sonrisa brilla por encima de todo, y de todos. Estás igual, estás igual que la última vez que te vi, cuando tenía doce años. El día en el que no tuvimos tiempo para despedirnos.
Susurras, ríes con soltura, con cariño, con naturalidad.
Como tú eres: la otra mitad que un día me dio la vida, nos dio la vida.
Te hablo, te llamo, pronuncio tu nombre. ¿Por qué no me miras? ¿Por qué no me hablas? Tengo tantas preguntas que hacerte. ¿Por qué te fuiste un día? ¿Por qué nos dejaste? ¿Por qué apareces ahora?
Te echamos muchísimo de menos
Dejaste un vacío imposible de llenar. Te queremos. Te queremos aquí con nosotras.
¿Sabes? La familia ha crecido. Lleva tus genes. A quien conociste, en sus primeros días y tus últimas horas, es tu bello reflejo. Tu alma se respira en cada mirada, en cada detalle, en cada recuerdo.
Han pasado muchos años. No has cambiado. Te acompaño mientras te mueves. Voy detrás de ti, detrás de esa espectacular mochila colmada de propósitos, de afectos, de respeto, y de esfuerzo. Esto, lo aprendí de ti.
¿Por qué no puedo alcanzarte?
Necesito sentir que estás vivo. Me lanzo a abrazarte. Te atravieso con mis manos. Desapareces, desvaneces, eres nube entre mis dedos.
Te pierdo…
Nuevamente no he podido despedirme de ti
Nuevamente aparece el vacío.
No sé cómo, pero de repente, me encuentro envuelta entre sábanas. Entre fantasías imposibles, teñidas de desengaño.
Vuelvo a la realidad, en la que tú no estás. Una realidad enmarañada, confusa, que ansío cruzar.
Espero volver a verte, en mi próximo sueño
Responder